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miércoles, 2 de diciembre de 2009

Masculinidad



Por: Laura Martínez Domínguez

Un hombre piensa en si mismo. La sociedad en la que vive valida su forma de ser. Aplaude cada una de sus conductas o justifica las que no son del todo aceptables, con el estandarte de que no importa, al fin y al cabo todos lo hacen, por lo tanto no existe inconveniente alguno.

Se detiene, lleva su portafolio en la mano, está apunto de abordar su auto, el último capricho cumplido, el esfuerzo de horas de trabajo, de competencias irracionales con sus colegas. Debe ir a trabajar, debe ser el proveedor de la familia que ha construido, no importa si su esposa sale a la misma hora que él, con portafolio en mano y niños en el asiento trasero rumbo a la escuela, él es el proveedor, el que tiene la última palabra, el que toma las decisiones importantes.

Sabe que es un ser importante, se lo decían de pequeño, tenía preferencia de entre sus hermanas, le servían, lo cuidaban, al igual que su padre era al que obedecían, el que lograría cuanto se propusiera, el era, y sigue siendo, el ser fuerte, activo, racional, emocionalmente controlado. Aun sigue considerando que en el mundo hay do tipos de personas las que sirven y las que son servidas; él pertenece a estos últimos.

Tiene que dejar de pensar en si mismo, el reloj lo apresura, le espera un largo día laboral, es él quien tiene que poner en orden la vida de la familia, después de todo es el único capaz de pensar lógicamente, importa muy poco que sea su esposa quien además de administrar una casa, también tenga un puesto importante en su trabajo.

Sube a su auto, conduce hasta su trabajo y desciende de él con la satisfacción de no ser mujer…