Crónica de Filocafé 26 de marzo 2011 Edeni Rodríguez
La humanidad siempre ha tenido la necesidad de comprender su entorno y conocerse así misma. Ésta pregunta le ha llevado a plantearse la posibilidad de la trascendencia, es decir, de la existencia de entidades que la sobrepasan y en las capacidades que no alcanza: este es el surgimiento más rudimentario de la idea de Dios.
Al concebir la trascendencia, el hombre afronta su miedo a ser finito, y aparecen en su visión cuestiones que necesariamente le sobrepasan y escapan de su capacidad de comprobación, pero sin las cuales no logra permanecer en el mundo después de la inmediatez de su existencia. Estos factores son el alma, Dios, y la realidad concreta.
La forma de trascender a la realidad concreta se encuentra en las acciones con las que se le impacta, el ejercicio de la política. La forma de concebir a Dios, es una pregunta muy simple que esconde una pregunta infinitamente compleja.
Es simple preguntarnos por la divinidad, ya que esta es una pregunta per sé, que se encuentra siempre abierta y de una u otra forma termina por alcanzarnos. Frente a ella existen numerosas posturas y concepciones, incluso abiertamente opuestas como el dogmatismo y el ateísmo radical; sin embargo en ambos casos se parte de la pregunta por Dios, en el primer caso se le percibe como ese ente incuestionable al que se debe obediencia. En el segundo, ese ente que hay que negar; con todo ello ningún Filósofo en la historia ha escapado a esta pregunta.
Al ser esta pregunta simple de una respuesta tan compleja e improbable de comprobación exacta, el hombre se detiene frente a la incertidumbre. Ante esto la forma más común y, hasta cierto punto, útil para evadir la pregunta por la trascendencia es el esconderla tras la cotidianidad. Ciertamente la vida plantea necesidades primigenias (trabajo, alimento, vestido, moda, estatus, comodidad, etc.), ante las cuales podría pensarse que esta pregunta no es fundamental. No obstante, ¿verdaderamente se puede ignorar la esencia humana?